24 diciembre 2006

LOS ZAPATOS DE LLORAR

Tengo un gran cariño a este cuento ya que forma parte de otro - mucho más largo- escrito por varios autores del Foro Sensibilidades como regalo de Navidad para su creador: Luis E. Prieto
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Este es el día de Nochebuena más extraño de mi vida, por eso se lo cuento a ustedes.

El día amaneció frío y soleado, como cualquier otro del mes de Diciembre en mi ciudad, pero, nada más abrir los ojos, supe que me sería imposible afrontarlo, era Nochebuena y por delante me esperaba un trabajo agotador, para que todo estuviera perfecto a la hora de la cena.
Aún dormían todos. ¡Cómo no ¡ Ellos pasarían el día divirtiéndose y esperando a que la mesa , el árbol de Navidad y los regalitos, estuvieran tan perfectos como siempre.

¿Se daban cuenta de mi apatía y de mi falta de ganas? No lo sé, realmente nunca lo demostraban. No comprendo aún de donde me salió el impulso, pero me vestí rápidamente, y al ir a calzarme alargué la mano sacando del fondo del armario “los zapatos de llorar” y me los calcé.
Sin despedirme de nadie, tampoco había nadie despierto para que pudiera despedirme, me marché, sin rumbo fijo, a caminar...

Los zapatos me llevaron hasta la playa; estaba desierta, pero un agradable atisbo de sol asomaba por el este. Había marea baja, por lo cual las rocas de una de sus esquinas estaban libres de agua, hacia allí me encaminé para sentarme, a pensar, sobre una de ellas...

Bajé la vista y miré los zapatos, estaban completamente nuevos a pesar de que llevaban a mi lado 13 años, 2 meses y 15 días; exactamente desde el día en que murió mi padre.
Lo recordé con tristeza y añoranza, el hacía que nuestras Navidades fueran felices y divertidas, cooperábamos todos en todo y había una calidez que me quedó gravada dentro por mucho tiempo; después del funeral guardé los zapatos y no volví a sacarlos hasta cuatro años después: el día que murió mi madre.
Ella también cooperaba, puede que algo más silenciosa, pero allí estaba siempre...
Mirando fijamente los zapatos sentí un terrible dolor en el alma y por mi mente cruzó un pensamiento: “Los extraño, ¡oh dios!, cuánto los echo de menos...
También me los puse el día que murió mi amigo José, de un infarto, a los 50 años, y cuando a los 49 murió Charo de un tumor en la cabeza, un nefasto día de Navidad.

Los recuerdos se me agolpaban sin parar, y el tiempo pasó sin percatarme siquiera de la hora que podía ser, no deseaba mirar el reloj y saberlo. Pensé en el mundo que me rodeaba tan necio e hipócrita, tan lleno de desigualdades y venganzas...

De pronto algo llamó mi atención, unas huellas salían directamente de la roca donde yo estaba sentada y recorrían toda la playa hasta el otro extremo, donde, un hombre, sentado como yo en las rocas, parecía cavilar...
Me atrajo poderosamente la atención, la verdad no se por qué, y levantándome, encaminé mis pasos hacia donde él se encontraba. Cuando llevaba más de la mitad del camino recorrido, el hombre, levantó la vista y me miró muy fijo; no pronunció una sola palabra pero alzó una mano llamándome, yo me sentía como hipnotizada y fuera del tiempo, no apartaba ni un segundo mi vista de él...
Apenas me faltaban tres metros para llegar a su lado, cuando, de pronto, una ola mayor que las demás distrajo mi atención... fue solamente un instante, pero, al volver a levantar la vista de nuevo, el hombre había desaparecido...
Angustiada recorrí rápidamente el pequeño trecho que me faltaba para llegar hasta la roca donde el había estado esperándome y allí encontré, en el lugar que él había ocupado una hermosa estrella de mar petrificada, la tomé en mis manos y no puedo describir lo que sentí, fue algo extraño pero me llenó de ánimo y energía...
Con ella en la mano volé, con mis zapatos de llorar, hasta mi casa.

Recordé, de repente, que era Nochebuena y que me esperaban para prepararles todo, al mirar el reloj casi me desmayo: eran las 7 de la tarde.
Abrí la puerta de mi casa temerosa y agitada; un agradable olorcillo, a comida en el fogón, asalto mi olfato; en el salón el árbol engalanado hacía sus guiños de colores, y una mesa, puesta con amor, me aguardaba.
En la cocina, muy atareados, se encontraban mi esposo y mis tres hijos.
-Mamá, por dios, ¿dónde estabas?, te hemos extrañado y necesitado... Además, no tenemos estrella para poner en la copa del árbol,- me dijo mi hija mayor mientras me abrazaba.
Yo sonreí, por primera vez en mucho tiempo, y les contesté:
-No os preocupéis, había ido a buscar la estrella… y, abriendo mis manos, la deposité encima de la mesa...

Lola Bertrand

8 comentarios:

Elisabet Cincotta dijo...

Excelente texto de Pilar, y excelente trabajo tuyo. Un placer visitar tu blog.
Un abrazo
Elisabet

Anónimo dijo...

Veo que me hiciste caso, Lola, y pusiste este texto tan pero tan bello. Gracias. Cati

Thelma dijo...

Lola!
Gracias por hacerme llegar hasta tu blog,
es preciosa la historia que relatas, y tan cierto
"los zapatos de llorar" acaso no tenemos cada uno algo que nos haga recordar y llorar un poco tambien?
Un beso con cariño
Thelma

Si alguna vez puedes llegar, te invito a mi blog
viapoesia.wordpress.com

tiene ya mucho tiempo, desde años!

Catalina Zentner Levin dijo...

Ternura en este texto que llega al corazón.
Bello montaje.

Anónimo dijo...

Qué bien y completo te ha quedado el texto, y la idea de las fotos muy conseguida. Es un blog al que vuelvo con mucho placer en la lectura.

Pilar

Anónimo dijo...

Te confieso, Lola, que tu relato me ha hecho soltar una lagrimilla.
Saludos y felicidad.
María

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Un texto precioso, Lola, precioso.
Te deseo un 2007 cargado de cosas buenas para ti.
Un abrazo de mar adentro
Ángeles

Anónimo dijo...

Hoy, y por casualidad, he llegado a tu blog, precioso, con un gran sentimiento. Te deseo toda la felicidad, que seguro te mereces.
No dejaré de visitarlo, me emociona la forma de escribir que tienes.
Con mucho cariño, una catalana, sesentona.
Lou