10 septiembre 2006
MINÚSCULAS SIMIENTES
(Este relato forma parte uno de mis últimos proyectos "COLETAS ROJAS" , un libro de relatos que oscila entre la ficción y la realidad pero que es producto de muchos de mis sueños...)
Era una delicia despertarse con el primer rayo de luz que se colase por la ventana, y poner los pies, descalzos, sobre el piso de madera barnizada, durante aquellas tibias madrugadas que anunciaban el principio del verano.
Enfundada en mi camisón de blanca virgen, me tomaba la licencia, -la casa dormía-, de deslizarme, en un rebelde acto, por el amplio pasamanos de la escalera que unía el segundo piso con el hall de entrada. Era excitante controvertir las normas. Mi abundante melena de rizos rojos, tan rojos como el fuego de la chimenea que mis padres tenian en su dormitorio, trazaba un baile inocente alrededor de mi cara, y aquel minuto de libertad solitaria, me colmaba de vida y energía.
Mi padre permanecía en el jardín, no sé si esperaba algo, pero siempre lo encontraba allí.
Era fascinante verlo rodeado de rosales y macizos de dalias. ¡Parecía el dios de los colores!, su voz me enseñó a amar las plantas.
Permanecía quieta en la puerta de la casa, observando sus suaves movimientos, viendo sus labios susurrar palabras que tan sólo oían los capullos y los pétalos. Su delicadeza al retirar las hojas y las ramas muertas, eran como un dolor, una lágrima…
-Papá, papá, ¿te escuchan?,- le gritaba yo, curiosa, sentada sobre uno de los escalones de piedra que había entre la casa y el jardín.
-Pues claro, ¿por qué crees que nacen tan hermosas?, sus capullos agradecen mis palabras, cobran fuerza y color para abrirse ante nuestros ojos.
-¿De dónde han salido, papá?
-De una pequeña y minúscula simiente, hija, lo mismo que tú.
Del cariño y el calor de unas manos que las depositaron en un útero de tierra.
Yo no me imaginaba saliendo de una de aquellas pequeñas semillas, -algo más debía de haber que no me contaba-, pero al instante mi mente infantil se dispersaba en otras magias, y miraba las flores extasiada, pensando que eran un milagro nacido entre los dedos de mi padre, y pasaba mi lengua, despacio, sobre los pétalos de las rosas rojas llamadas “sangre de toro”, para desayunar el rocío que la noche había depositado sobre su roja piel; después, dejaba que mis ojos se adentraran en el abigarrado mundo de las dalias “sol anaranjado”, o permitía a mi pequeña nariz embriagarse con el olor que desprendían las grandes matas de alhelíes color violeta.
Mientras mi padre regaba, podaba y mimaba su jardín encantado, yo me refugiaba a los pies del gran jazminero que trepaba por el muro que daba al oeste, hasta el borde de mi ventana. Allí, rodeada de pequeñas flores blancas, me sentía a salvo, no sabía bién de qué, pero a salvo…
Eran otros tiempos, tiempos en sepia, en los que mi cuerpo aún tenía alas…
Lola Bertrand
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Un placer leerte, Lola, soy tu amigo Juanchu.
muy bueno...
Fantásticos sus relatos, he podido vivenciar a través de lo que escribe los momentos compartidos, los sentimientos expresados, lo lugares recorridos.
Un saludo desde Argentina
Sandra
Qué delicioso es este relato. Acercas mucho el personaje al lector y eso lo hace más personal.
Pilar
Deventer
Publicar un comentario